Transfiguración
Si me tragara toda tu sangre
a la luz de un lubricán
de cariz infernal;
solaz y transmutador ardor
rasmillaría mi garganta,
conjurando tu voz
dentro de mis sueños;
circadiano espíritu sonoro,
oscilando entre los alvéolos
de un otoño rojo,
sería quizás,
la más sobrenatural invocación;
que, por cada átomo,
mi lengua en Rigor Mortis
trascendiendo más allá
de un viaje astral,
buscando el lóbulo de tu oído
para poder entrar.
¡Qué mágica ternura es ésta!
besando sus felinos ojos
bajo una lluvia de cianuro,
amarrándote el cuello con mi lengua;
tan estirada
como una cinta cinematográfica,
hojeando cada fotografía
donde pueda encontrar
sus lágrimas de ámbar,
porque hincar mis dientes en su alma
es lo que anhelo,
lo deseo tan desquiciadamente;
con tal brillo e intensidad
como la luz que brota de las neuronas
al nacer y al morir,
y es que sus mentiras
tienen el dulzor
de una sinfonía sagrada,
la curvatura de sus pechos
parecen tener el cálculo simétrico
de una geometría metafísica;
que ni la ciencia más arcana
podría descifrar,
como uróboros
enroscándome tras ellos,
descubriendo el principio del fin,
y en sus labios el portal
a este saturnino ritual.
La oscuridad florece en su mente
como el éter
en el fogoso crepúsculo
de ese horizonte
de carne y espíritu.
Vamos moldeando el tiempo
a nuestro antojo
con la melodía y sincronía
de un funéreo vals
que hay entre tu lengua y la mía,
salivando las partículas
de un dios efímero,
colindando con la celosa materia
de una sabrosa textura,
con veraniega locura
de crisálidos recuerdos
empapados en ajenjo.
Quiero oír tu corazón fantasma
como música eterna,
comer de las uvas
de tus senos perfilados
de un extremo a otro
en el universo;
entreviendo hacia el exterior
como si fueran persianas
tus costillas.
No quisiera desapegarme
de esta irrealidad,
de mi catatonia boreal,
imaginar el calor de sus pestañas
sobre mi entrepierna,
mientras mis muslos orlan
sus oídos magnéticos
como los aros de la Vesica Piscis.
¡Muéstrame los dientes!
ese umbral
de pieles esclavas,
mientras su espíritu
como incienso
se esparce entre los canales
del karma;
mi glande amortajado
en su epicúrea vendimia bucal,
abriendo nuestra glándula pineal,
palpando la proximidad
de los elementos.
Estás aquí
para darle muerte al cielo
y a todas las cosas terrenales;
con tu boca congregada
de labios y zonas erógenas,
con tu ciencia profana
de lúcidos sueños,
balanceando la materia oculta
que hay dentro de cada uno.
¿Cuántos ojos habrán descubierto
su soledad?
¿Cuántas mentes habrán
compartido sus pensamientos con ella?
entre los plateados hilos
de una Senoi transfiguración.
La punta de su lengua
fue contorneando mi castillo de carne
hasta la umbra
de una galaxia siamesa,
su serpenteante cintura
desdibujaba las moléculas
de un albor desangrado;
su dorada mirada
resplandecía
como el tesoro
de una playa caribeña
con la teoría
de una estética inmaculada,
mis uñas afiladas
se encarnaban
en sus glúteos jupiterianos
en lívida proporción áurea;
como las dos esferas
de una dimensión paralela,
bajo el dosel de sus venas;
vislumbraba entonces,
los despiadados
halos de la luna.
Opalinos iris de coral
son sus jadeantes pechos
de diamantes luciferinos;
contiguas esmeraldas
de amatista conjunción atemporal,
que de rodillas lamo
sus lactadas colinas
de lozana impureza vinícola;
cuya anatomía Nictante
voy desmembrando sus escamas
hasta transfigurar
su imagen desdoblada.
Sus pestañas en umbela
se ramifican
entre las mías;
como las venas
de una hoja anciana
cuyo nácar en los párpados
nos desvelan en el ensueño
de esta noche propólea
a través de estos besos inmortales.
Escrito por Sebastián Oyanedel Davison
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